Locos de ira: adicción al enojo en la era digital
Un pequeño momento de distención en redes sociales y boom: ahí está. Es inevitable, siempre aparece alguno. Un tweet o una publicación en Facebook que hace hervir cada glóbulo rojo de tu sangre. Sabes que no deberías, pero te tiemblan los dedos. Revisas los comentarios sólo por la morbosidad de enfurecerte aún más. Tipeas una respuesta que expresa tu disgusto: redactar, clic, enviar. Nuevos comentarios comienzan a inundarte. Estás oficialmente colérico, pero no puedes contenerte…
LA ERA DE LA IRA
¿Es nuestra idea, o efectivamente el mundo está más enojado? Pues al parecer no somos los únicos en notar lo enardecidos que están los tiempos. El Dr. Nick Morgan explica en Psychology Today la relación que descubrió entre la negatividad colectiva, percibida en la sociedad, y (sorpresa) las redes sociales.
“En el mundo virtual, la conexión humana que las redes sociales ofrece es más frágil, más superficial, y más propicia a la negatividad que la conexión cara-a-cara. Si los medios sociales están reemplazando nuestras conexiones en la vida real, es entonces inevitable que nos pongamos un poco más molestos”, señala Morgan.
EL PLACER DE SUFRIR
Hay personas adictas al deporte. Otras, adictas al azúcar. Y otras, al parecer, son adictas a la rabia. ¿Cómo puede ser eso posible? De ser cierto, podría ser peligroso – si distanciarnos del enojo se transforma en una batalla, construir un mundo mejor resultaría mucho más difícil de lo que pensábamos.
Lamentablemente, como indica el Dr. Morgan en su artículo, el enojo estaría convirtiéndose en un hábito de manera tan eficaz como el azúcar. Aunque técnicamente no es la misma adicción que la de la heroína o el tabaco, las emociones negativas como la ira o la rabia liberan una gran cantidad de dopamina, la hormona del bienestar, la misma que nos hace sentir bien cuando comemos comida chatarra o nos acurrucamos con un ser querido. A partir de eso, la necesidad que se desarrolla por obtenerla es muy poderosa.
¿PARTE DE NUESTRO ADN?
Por supuesto, nuestras emociones evolucionaron mucho antes de que el mundo se volviera digital. Éstas surgieron para ayudarnos a responder rápida y eficazmente a las amenazas recurrentes con las que nos veíamos enfrentados: tigres, serpientes y otras bestias salvajes. Como resultado, algunas emociones son más poderosas, adictivas y contagiosas que otras – el enojo, la ansiedad, el miedo son las más básicas, al igual que la felicidad y la alegría. Sentimos todo esto en base a preguntas cableadas en nuestro inconsciente: ¿amigo o enemigo? ¿Comer o ser comido? ¿Poder o subordinación?
En el mundo online, experimentar y compartir estas emociones básicas es más difícil debido al círculo vicioso de feedback y likes en que caemos, y porque el cara a cara natural ya no está presente. La ansiedad y el miedo se pierden, pero las reemplazamos inconscientemente con otros tipos de ansiedades y miedos, porque para eso estamos programados. Las emociones negativas existen para protegernos y escapar lo antes posible del peligro. Debido a que en esta era digital nuestros reflejos están dormidos, el cuerpo asume lo peor en todo momento, de manera que no perdamos nuestro instinto de sobrevivencia.
Si juntamos todo lo anterior, el resultado es una poderosa combinación de estructura cerebral, respuestas químicas e instintos de supervivencia, los cuales trabajan juntos para recibir las señales de este mundo – medio virtual, medio real – y transformarlo en un adictivo desastre de rabia y ansiedad. La furia es adictiva, y el universo online es incluso más furioso y adictivo que las interacciones frente a frente.
Solo podemos culparnos a nosotros. Quizás la próxima vez que te encuentres con una publicación odiosa en Facebook o Twitter, lo pienses dos veces antes de reaccionar: nosotros mismos somos nuestro peor enemigo.
Por Equipo Espacio Mutuo
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