Lecciones de aislamiento: lo que podemos aprender de la experiencia de Nelson Mandela
Había una vez un hombre llamado Nelson Mandela. Quizás has oído hablar de él.
En la década de los 60’, lideró el movimiento activista “Umkhonto we Sizwe” (“La Lanza de la Nación”) del Congreso Nacional Africano, agrupación que luchaba por terminar con la segregación racial en Sudáfrica, durante la época del apartheid. Mandela, apodado como la “Pimpinela Negra”, viajó a través de todo el país disfrazado de chofer e incluso viajó al extranjero para conseguir apoyo.
Su carrera fue potente pero fugaz: en 1962, la CIA entregó información secreta a la policía sudafricana, la cual procedió a arrestarlo y mantenerlo encarcelado en la isla Robben por casi tres décadas. No, no es una exageración: Mandela estuvo en prisión por 27 años y medio (y pensar que nosotros nos estamos volviendo locos con apenas un mes de cuarentena…).
¿CÓMO LOGRÓ MANTENERSE SANO – Y CUERDO?
Durante los primeros 18 años, Mandela estuvo confinado a una celda de apenas 2,1 metros y completamente consumida por la humedad. Al llegar el primer día, el carcelero sentenció: “Aquí morirás”. Está claro que las condiciones no estaban de su lado.
¿Cómo logró mantener su salud y su mente en buen estado tras un aislamiento tan extremo? Años más tarde, Mandela aclararía que su principal enemigo era la monotonía: “La vida en la cárcel es siempre igual – cada día es idéntico al que le precede, con lo que los meses y los años acaban confundiéndose los unos con los otros”.
El preso 46664 estaba obligado también a realizar un trabajo manual extenuante. Todo el día, todos los días, debía extraer piedra caliza de una cantera, utilizando pesados martillos que le permitían convertir las rocas en gravilla.
A pesar de lo agotadora que resultaba esta actividad, Mandela utilizó el único recurso que tenía disponible para sobrevivir en un ambiente tan hostil: elaboró su propia rutina.
UN AS BAJO LA MANGA
Un detalle poco conocido de Mandela es su gran afición al boxeo. Conoció el mundo de este deporte mientras estudiaba en la Universidad de Fort Hare en Sudáfrica, pero se involucró aún más en los entrenamientos durante las décadas del 40’ y 50’. Aunque nunca compitió profesionalmente, durante esos años balanceó el boxeo con sus estudios, su trabajo y su activismo ya que, al mismo tiempo, luchaba por sus derechos en Johannesburgo.
En su autobiografía bestseller, “Un largo camino hacia la libertad”, habló con humildad de sus habilidades como boxeador: “Nunca fui un boxeador notable. Pertenecía a la categoría de los pesos pesados y no tenía ni la potencia necesaria para compensar mi falta de velocidad ni la velocidad necesaria para compensar mi falta de potencia”.
Afortunadamente, no fue el boxeo lo que le serviría más tarde para resistir el encarcelamiento, sino la disciplina que el deporte le enseñó.
EL EJERCICIO, SU REFUGIO
El propio Mandela escribió: “Desahogaba a menudo mi ira y frustración contra un saco de entrenamiento, en vez de hacerlo sobre un compañero o incluso un policía. El ejercicio disipa la tensión, que es la enemiga de la serenidad. Había descubierto que trabajaba mejor y pensaba con mayor claridad cuando estaba en buena forma física, por lo que los entrenamientos se convirtieron en una de las disciplinas inflexibles de mi vida”.
En libertad, dedicaba 4 mañanas a la semana a correr y 3 tardes a ejercitarse en un gimnasio de boxeo en Soweto, Sudáfrica. Se lo tomaba muy en serio: “Era un modo de ocuparme en algo que no fuera la lucha política”, y le permitía sentirse “fresco y vigoroso” al día siguiente, “listo para un nuevo combate”.
En la cárcel, Mandela modificó su rutina, pero jamás la abandonó. “Intenté conservar mi vieja rutina boxística de correr y desarrollar musculatura”, explicó. ¿Cómo? Comenzando su entrenamiento a las 5 de la mañana en su celda, como reemplazo del gimnasio de boxeo al que acudía antes. Primero, corría durante 45 minutos por el limitado espacio de su celda; luego realizaba 100 flexiones, 200 abdominales, 50 sentadillas profundas y una serie de ejercicios calisténicos que había aprendido boxeando, como burpees y “saltos de estrella”.
Mandela repitió esta rutina, sin falta, de lunes a jueves, permitiéndose 3 días a la semana para descansar, hasta que cumplió 70 años.
VIDA DESPUÉS DEL AISLAMIENTO
En 1988, Mandela contrajo una tuberculosis que empeoró rápidamente debido a la humedad de la celda donde vivía, y fue ingresado al hospital tras haber tosido sangre. Tenía 70 años.
Al ser dado de alta, el prisionero fue trasladado a la casa del carcelero Victor Verster, en la ciudad de Paarl, en Sudáfrica. Incluso allí, Mandela retomó una versión reducida de su rutina normal. Ahora, en lugar de correr en su celda, corría vueltas alrededor de la piscina del penal.
El 11 de febrero de 1990, Nelson Mandela fue puesto en libertad junto con otros presos políticos, a 9 días de que el movimiento del Congreso Nacional Africano fuera legalizado por el gobierno. Mandela no perdió el tiempo: se convirtió en el primer presidente de la Sudáfrica democrática, post apartheid, desde 1994 hasta 1999.
Su actividad física se vio disminuida, pero nunca la abandonó del todo. Mandela creía firmemente que la disciplina de ejercicios que se impuso a lo largo de toda su vida le ayudó a sobrevivir a su cautiverio, y lo mantuvo preparado para los retos que enfrentó en su vida. “En la cárcel, disponer de una válvula de escape para las frustraciones era absolutamente esencial”, manifestó.
Palabras así resultan inspiradoras para quienes se encuentran cumpliendo la cuarentena en hogares pequeños y sin jardín. Pero los consejos de Mandela no sólo resultan inspiradores, sino que también efectivos: el activista sudafricano, ganador del premio Nobel de la Paz, falleció recién el 2003, a los 95 años, a pesar de las precarias condiciones en las que habitó por casi un tercio de su vida.
Por Equipo Espacio Mutuo
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