Previniendo el duelo más grande
Creando conciencia, empatía y respeto
Contenido de expertos en colaboración con Espacio Mutuo
15 años de experiencia profesional me han ratificado lo que alguna vez leí durante pregrado, no existe tratamiento más difícil, ni cuadro clínico más complejo, que el dolor de una madre que pierde un hijo en una situación trágica.
Cursando por tercer año de psicología, cansado de estudiar las elucubraciones de Freud, hice lo que pocos alumnos se atreven, tomé un libro de psicología que no estaba en incluido en ningún programa de estudios y para ser aún más contestatario, estaba escrito en inglés. Era un frío día de julio, llovía a cantaros en Concepción y sin obligación alguna, me entretenía descifrando las terminologías técnicas presentes en un recopilatorio de exposiciones realizadas en un congreso en Francia, durante la década de los 80.
El libro era interesante, presentaba postulados vanguardistas e innovadores, que incluían el uso de la neuropsicología en el tratamiento de cuadros severos de estrés postraumático, hasta la combinación de la meditación en procesos de autodescubrimiento guiado, quizás ahí nacieron los principios del Mindfulness, pues, bien, recuerdo que las horas pasaban y sin deseos de fumar, tomar café o salir a conversar, avanzaba de manera enfermiza, página tras página, hasta llegar al último apartado dedicado exclusivamente al duelo.
Según se narraba en el libro, en algún momento del coffee break, un grupo de psicólogos, cada uno con más de 20 años de experiencia, empezaron a debatir sobre el abordaje de cuadros clínicos complejos, gestálticos, sistémicos, psicoanalistas, transpersonales y por supuesto, cognitivo conductuales, presentaban sus argumentos con una solidez libre de arrogancia, propiciando un estudio que no sé si se ha vuelto a realizar.
Al entrar al simposio, el concejo organizador, pidió a cada uno de los asistentes que indicaran en un papelito, de manera anónima y precisa, ¿Cuál era el cuadro clínico más complejo que habían debido intervenir en su vasta carrera profesional?, tras una deliberación que tomó poco tiempo, el conteo final arrojó un resultado aplastante, más de un 80% de los ahí presentes enfatizaron que la muerte de un hijo por situaciones trágicas.
Estimados padres y madres que están leyendo esta columna, tíos, tías, abuelos, abuelas, hermanos y hermanas mayores también, si hay algo que caracteriza nuestra humanidad, es la búsqueda de certezas, depositamos en nuestras esperanzas y expectativas nuestro sentido de propósito y ser, por lo mismo, cuándo somos premiados con el nacimiento de un fruto de nuestro amor, tendemos a volcar nuestra existencia en esa extensión de nuestra alma (espero que no les moleste mi romanticismo literario, pero evidentemente, no puedo dejar de pensar en mi Vicente).
En términos neuropsicológicos, Bowlby & Anisworth, junto a Lorenz, son los precursores en el estudio del vínculo del recién nacido con sus progenitores, y sin entrar en detalles que ustedes pueden investigar en internet, la conclusión es simple, si creamos un lazo sólido, este dura para siempre. Quizás por lo mismo, cuando nuestros hijos están tristes, decaídos, enfermos, angustiados y temerosos, nos resulta imposible mantenernos balanceados, esto también aplica cuando los vemos contentos, alegres, entusiasmados y expectantes, momento en que la dicha por contemplación se nos eleva a niveles difíciles de igualar; ser padre o madre, significa algo y perder esta condición, desde el momento que parte el embarazo (sino antes, basta evaluar el dolor de quienes no logran concebir), marca un antes y un después.
Cuando pensamos en la muerte trágica de un ser querido, algo dentro de nosotros se remece, es más, las pérdidas duelen incluso cuando son lejanas, desde el asesinato de John Lennon, pasando por el día que Kurt Cobain dejó de componer, hasta porque no, el accidente de Felipe Camiroaga, el dolor del duelo nos inunda en un segundo, pero nada de ello se compara a todos quienes ha perdido un hijo.
La muerte de un hijo te eclipsa, te llena de vacíos internos las 24 horas del día, los 7 días de la semana y por el resto de tu vida, cómo dije antes, somos animales que adoramos las certezas, quizás por eso nos hemos convencido que nuestros hijos nos enterrarán, en un funeral colmado de anécdotas, amigos y nietos, lamentablemente, esto es sólo una fotografía de revistas; La muerte de un hijo daña nuestro hogar, nos impide encontrar placer en todo aquello en lo que compartíamos juntos, anula todo recuerdo de lugares familiares o celebraciones compartidas y nos consterna al darnos cuenta que no dejamos de notar su ausencia ni durante nuestros sueños. La muerte de una hija, para un padre es terrible, y con ello no estoy comparándolo al significado dado por la madre, sino simplemente, a la profundidad vincular que ello representa.
A todos quienes han llegado hasta este párrafo, les doy las gracias y los invito a que nos adentremos en la atmosfera del suicidio, para aprender a prevenirlo desde la crudeza del dolor que representa.
El suicidio surge cuando abandonas el camino de la vida, cuando ninguna compañía te saca de la soledad, cuando el silencio es un ruido ensordecedor, cuando quieres gritar sin ser escuchado, cuando no eres capaz de expresar lo que no comprendes, el suicidio es tocar fondo, llenarse de oscuridad y ver en el espejo, una imagen que nos desagrada, una que ciertamente, tiene mucho de fantasía. Y es ahí donde se esconde la responsabilidad de los adultos responsables de criar y proteger, de formar y cobijar, de amar y apoyar, es ahí donde tenemos que estar.
En tiempos donde la velocidad de la vida nos impide atender todos los detalles, nuestros hijos son la única prioridad que nunca debemos obviar, todo menor de edad, que se siente aplastado por sus circunstancias busca refugio, anhela atención y requiere cuidado, independiente de que no sepa cómo pedirlo o la urgencia de su necesidad, es por ello que actuar marca un antes y un después, y previene un irreparable dolor.
Tratando de universalizar una indicación extremadamente particular, puedo recomendar lo siguiente, compara la depresión con un resfrío, si, por absurdo que sea, hay una analogía que puede ayudar.
Cuando salimos de casa sin suficiente abrigo o cuando interactuamos con alguien que está enfermo, podemos desarrollar un resfrío, que si no cuidamos, puede mandarnos a la cama, y si insistimos en no tomar las medidas necesarias, puede costarnos la vida; la depresión es parecida, a diario nos exponemos a potenciales fuentes de dolor, de pena, de nostalgia; y todas esas emociones, si no las procesamos bien, pueden aumentar nuestro malestar interior, pudiéndonos mandar a la cama y directo a abandonarnos a nosotros mismos. El suicidio, por tanto, sería la resultante de una emoción que se fue agravando, de un pensamiento negativo que cual bola de nieve va creciendo a medida que baja por la pendiente, de una circunstancia terrible que interpretamos equivocadamente y de una acción en nuestra mente, que terminamos haciendo realidad. Por eso se habla de ideación y acto suicida, en virtud del proceso que existe entremedio, y de la cadena de eventos que propician el último aliento de un alma desesperada.
De ahí la importancia de conversar con nuestros hijos, de explicar que existen profesionales, medicamentos y acciones que ayudan a prevenirlos, de que no tenemos que permitir que escalen las emociones negativas, que siempre existe alguien dispuesto a darte un abrazo sin emitir juicio y de acompañarte sin demandar que expliques el rumbo.
Leer ese libro, un día lluvioso de invierno, me abrió los ojos desde un punto de vista profesional, pero puedo asegurarles, que, desde el nacimiento de mi hijo, su impacto fue aún más profundo.
Hijos falleciendo por situaciones trágicas seguirán ocurriendo, independiente de que hagamos todo lo necesario para prevenirlo, el punto es que si mantenemos las líneas de comunicaciones abiertas y no tenemos miedo de hablar de nuestras emociones, el suicidio adolescente sí podemos enfrentarlo, trabajando por bajar los índices alarmantes que hoy nos consternan tanto como la indolencia de muchos adultos que no comprenden la seriedad del acoso escolar o la relevancia que tienen los detalles en la maduración de nuestras nuevas generaciones.