El dolor emocional es tan importante como el dolor físico. Es hora de tomárselo en serio
Ni siquiera en los colegios más exigentes obligarían a un estudiante a tomar un examen con, digamos, un tobillo esquinzado o una herida abierta en la pierna. Incluso en las empresas más demandantes, nadie espera que vayas a trabajar si estás realmente enfermo. La incomodidad física se hace notar: es difícil hacer la vista gorda.
Pero si te arrancan el corazón del pecho y el dolor emocional que sientes es tan intenso que eres incapaz de concentrarte, probablemente no recibas la misma compasión ni consideración. ¿Nos sorprende, entonces, que la angustia sea una emoción tan malentendida y que el dolor emocional se ignore con tanta frecuencia?
HABLAR DE CORAZONES ROTOS
No, no se trata de permitir que cualquier alumno que dice tener el corazón roto pueda eximirse de una prueba ni nada por el estilo. Pero sí hace falta un diálogo más abierto sobre cuán severamente la angustia afecta nuestras emociones y funcionamiento. Pero para que esas discusiones sean productivas, es necesario rechazar la noción de que hay algo infantil, vergonzoso o inapropiado en sentir una angustia emocional severa cuando nuestro corazón está roto –porque la angustia es devastadora, a cualquier edad.
Esta clase de dolor emocional es casi insoportable y, aun así, lo sufrimos estoicamente durante días, semanas e incluso meses. Nuestro cuerpo experimenta tensiones que pueden dañar nuestra salud tanto a corto como a largo plazo. Nuestro duelo activa un circuito en nuestro cerebro que causa síntomas de abstinencia similares a los que experimentan las personas adictas a la cocaína o la heroína. Nuestra capacidad para enfocarnos y concentrarnos, pensar creativamente, resolver problemas y, en general, funcionar a nuestra capacidad habitual se ve significativamente afectada. Nuestras vidas dan un vuelco, dejándonos cuestionando quiénes somos y cómo nos definiremos a nosotros mismos en el futuro.
El hecho de que todo esto pase prácticamente desapercibido -si no completamente ignorado por la sociedad- hace que nuestra terrible experiencia sea mucho más desafiante de lo que ya es. Nuestros amigos y seres queridos pueden ofrecernos consuelo y apoyo, pero sólo por un tiempo limitado. Y, a pesar de las amables acciones de algunos jefes o empleadores individuales, nuestras escuelas, instituciones, lugares de trabajo e incluso nuestro sistema de salud no logran hacer ni siquiera eso.
RECONOCER EL DOLOR
Lo que hace que este estado de cosas sea tan desafortunado y verdaderamente inaceptable es que no estamos fundamentalmente ciegos al dolor: cuando muere un familiar de primer grado, especialmente si se trata de un cónyuge, padre o hijo, por lo general se nos brinda tiempo libre, simpatía, compasión y un entendimiento tácito de que no estaremos funcionando de la mejor manera posible durante el duelo. Del mismo modo, es probable que los empleadores al menos nos brinden apoyo y simpatía cuando les informamos que estamos pasando por un divorcio difícil. Nuestro dolor, en tales casos, es a la vez reconocido y sancionado, independientemente de su magnitud.
Pero otros tipos de duelo, como los tipos de angustia que surgen de los corazones rotos, no se reconocen ni se sancionan. Están privados de sus derechos, independientemente de cuán emocionalmente devastados estemos. No sólo nos roban el apoyo y la compasión, sino que nos vemos obligados a gastar nuestras reservas emocionales cada vez más escasas para ocultar cuán desprovistos nos sentimos, para que no seamos juzgados por ser demasiado emocionales, inmaduros o débiles de carácter.
Estudios sobre el dolor privado de derechos -y vaya que hay muchos de ellos- han encontrado que cuando las sociedades no sancionan el dolor, internalizamos estos estándares y consideramos nuestras propias emociones y reacciones como menos legítimas. También se ha descubierto que esta falta de validación externa e interna tiene un impacto negativo en nuestra salud psicosocial y aumenta nuestro riesgo de desarrollar depresión clínica.
¿IR A TRABAJAR CON EL CORAZÓN ROTO?
Si el dolor emocional fuera visible, la angustia y el sufrimiento que causa no permanecerían privados de sus derechos por mucho tiempo. Cuando nos presentamos al trabajo o a la escuela con una pierna, un brazo o incluso un dedo roto, a menudo atraemos más atención, preocupación y consideración de lo que probablemente recibamos cuando nuestro corazón está roto, porque las personas pueden ver los yesos o los vendajes – están ahí como evidencia de que nos duele. Y, sin embargo, los huesos rotos no infligen ninguno de los profundos impedimentos cognitivos, emocionales y psicológicos que produce la angustia.
La mayoría de las empresas dudan en institucionalizar las asignaciones por «razones de salud emocional», aparte de los diagnósticos mentales importantes, porque temen que los empleados se aprovechen injustamente de ellas. Sin embargo, sus suposiciones son tanto miopes como equivocadas: al no brindarles a los empleados el tiempo y el apoyo que necesitan para recuperarse, las empresas se quedan con la carga de trabajadores menos productivos que funcionan por debajo de su capacidad durante largos períodos de tiempo.
Si las empresas reconocieran el impacto debilitante de la angustia y les dieran a sus empleados tiempo para llorar, obtener apoyo y recuperarse, les permitiría volver a la productividad total antes de lo que lo harían de otra manera. En lugar de ocultar nuestro dolor emocional a nuestros compañeros de estudios y colegas, maestros y empleadores, podríamos curarlo más rápidamente y minimizar nuestros períodos de productividad comprometida.
PROTEGERNOS DEL DESAMOR
Si el dolor emocional fuera visible, todos nos comportaríamos de manera muy diferente. Por ahora, sin embargo, debemos recordarnos que, a pesar de la falta de apoyo institucional, no estamos del todo indefensos contra los ataques del desamor.
Hay cosas que podemos hacer -y cosas que debemos evitar hacer- para aliviar nuestro dolor emocional, acelerar nuestra recuperación y sanar las heridas emocionales y psicológicas que sufrimos. Comprender qué tipo de errores debemos evitar y cómo evitar atascarnos, y saber qué acciones debemos tomar y qué hábitos adoptar para sanar, significa que ya no estamos a merced del único ingrediente curativo sobre el que no tenemos control: tiempo.
Podemos ayudar a sanar nuestros corazones, y podemos ser más proactivos y solidarios para ayudar a otros corazones rotos a sanar también. La angustia está a nuestro alrededor. Es hora de que abramos los ojos y lo veamos, porque solo entonces podremos curarlo de verdad y seguir adelante.
Por Equipo Espacio Mutuo
Mutual de Seguridad