La edad de tu hambre
Si bien la comida será siempre una constante en nuestras vidas, nuestra relación hacia ella puede variar a lo largo de los años. El apetito, nuestras ganas de comer, está sujeto a muchos factores que influyen en él, algunos descubiertos hace muy poco. Ahora sabemos, por ejemplo, que el exceso de estímulos engaña a nuestro cuerpo hasta hacerle creer que tiene hambre y que necesita alimento, por lo que mientras más nos rodeemos de olores, sonidos o publicidad acerca de comida, más posibilidades tenemos de consumir en demasía.
Si el apetito es tan manipulable, ¿cómo podemos saber si el hambre que sentimos es adecuado? ¿Cómo podemos controlarlo? The Conversation publicó un artículo donde define las “siete edades del apetito”, y cómo estas van modificándose acorde a las necesidades de nuestro organismo, desde el día que nacemos hasta la tercera edad. A continuación, te presentamos las 7 décadas del hambre y sus implicancias:
De los 0 a los 10 años
Los hábitos alimenticios adquiridos en las primeras etapas de la vida son definitorios, puesto que pueden arrastrarse desde la infancia hasta la adultez. La hora de la comida puede ser una tortura para los padres durante estos primeros años, pero es necesario practicar la degustación y el aprendizaje en un entorno positivo para acostumbrarlos a ciertos alimentos esenciales, como las frutas y las verduras.
También es importante proteger a los niños pequeños, aún influenciables, de las campañas publicitarias y los mensajes de la TV, las Apps y redes sociales sobre la comida chatarra. Todos estos estímulos buscan aumentar su consumo y favorecen el sobrepeso.
De los 10 a los 20 años
La relación que un adolescente mantiene con la comida durante este período decisivo determinará su estilo de vida futuro, por lo que es imprescindible orientarlos y educarlos sobre comportamientos alimenticios y preferencias de consumo. Esto puede resultar complejo, considerando que durante este periodo los y las adolescentes sufren cambios en su cuerpo y un aumento de apetito, gracias a las hormonas de la pubertad.
De los 20 a los 30 años
Durante la edad adulta joven, se producen cambios importantes en nuestra vida que repercuten en nuestro peso, como asistir a la universidad, casarse, vivir en pareja o tener hijos. La grasa corporal acumulada durante esta etapa es difícil de perder, y nuestra biología no ayuda demasiado: el cerebro envía fuertes señales de apetito cuando necesitamos comer, pero aquellas señales que manda cuando estamos satisfechos son mucho más débiles.
Desarrollar la capacidad de sentir saciedad, o la sensación de haber comido suficiente, no sólo es una buena manera de perder el peso extra, sino que también de entrenar nuestros hábitos alimenticios a aquellos ingredientes naturales con proteína, fibra y agua que nos hagan sentir llenos por más tiempo.
De los 30 a los 40 años
La vida laboral de la adultez es capaz de desarmar hasta la alimentación más firme. El estrés genera cambios de apetito al 80% de la población, ya sea un hambre voraz a toda hora del día o una disminución preocupante del apetito en general. El entorno de trabajo debe estar estructurado para reducir las conductas alimentarias dañinas al mínimo, y los empleadores deben promover y subvencionar una alimentación saludable en sus trabajadores y trabajadoras, si desean una mano de obra productiva y sana. Incorporación de alternativas a las clásicas máquinas expendedoras y planes de control de estrés son algunas medidas preventivas.
De los 40 a los 50 años
Es en esta etapa donde las personas asumen que deben hacer cambios en su vida por más difícil que resulte, por su propio bien. Durante estos años los adultos deben modificar su comportamiento en función de las necesidades de su salud, aunque con frecuencia, debido a que los síntomas de enfermedades como alto colesterol o hipertensión arterial son invisibles, todavía hay muchos que no hacen nada para cuidarse.
De todas formas, hasta los cambios más sencillos ayudan: según la OMS, el tabaquismo, una mala dieta, falta de actividad física y problemas con el alcohol son los factores que más influyen en la salud y la mortalidad. Dejar de fumar, beber menos, caminar hacia el trabajo o almorzar más verduras pueden salvarte la vida.
De los 50 a los 60 años
Durante esta década comienza a disminuir el índice de masa muscular, provocado tanto por la disminución de la actividad física, la baja en el consumo de proteínas y la menopausia, en el caso de las mujeres. Buscar refrigerios ricos en proteínas, además de mantener una dieta saludable y actividad física dentro de lo posible, son medidas ideales para reducir los efectos del envejecimiento.
De los 60 a los 70, y más
El artículo de The Conversation se preocupa de recordarnos que la alimentación es una experiencia social y cultural, mucho más que sólo una recarga de combustible para funcionar. Sobre todo en esta etapa de mayor edad, el apetito se ve disminuido drásticamente, lo que provoca una pérdida de peso involuntaria y una mayor fragilidad. Por lo mismo, es importante explotar el aspecto comunitario de la comida con nuestros adultos mayores, ayudándoles a recordar el hambre voraz que alguna vez sintieron por la vida.
Por Equipo Espacio Mutuo
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