¿Qué son los ‘mayorescentes’ y qué demandan?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) fija que las personas de más de 60 años en 2050 serán el doble que en la actualidad. Tal cambio demográfico supondrá una transformación societaria a escala glocal (global y local), que afectará a las estructuras sociales y económicas de las sociedades avanzadas, y también de los países en vías de desarrollo que están experimentando una transición rápida hacia la modernización demográfica.
Estos grandes cambios reflejan que las poblaciones mayores de 60 años serán superiores a otros grupos etarios, debido al aumento progresivo de la esperanza de vida y al envejecimiento en cualquier latitud.
El desafío será progresar como sociedad ante esta revolución de la longevidad, mediante la transformación de los sistemas de protección social, educativa y productiva, que mejoren las condiciones de vida tanto de las personas jóvenes como mayores.
Estas últimas deberán empoderarse para liderar cambios sistémicos que potencien la solidaridad íntergeneracional en sociedades para todas las edades. Sin duda, las políticas de envejecimiento activo deben implementarse para que las nuevas caras de la vejez eliminen cualquier actitud edadista, observable como práctica social.
Los indicadores de desarrollo humano deben converger para que los Objetivos de Desarrollo Sostenible sean una realidad antes de 2030, y este cambio demográfico nos equilibre como sociedades. Lo contrario provocará movimientos de población del Sur al Norte, especialmente entre los más jóvenes –dado que los ancianos no podrán cruzar fronteras por sus condiciones geriátricas- con la esperanza de una vida mejor alejada de hambrunas, guerras, enfermedades y desastres naturales. Ese podría ser el escenario mundial frente a quienes elevan muros para impedir la integración social desde discursos de odio.
Un ejemplo claro lo brinda España, con una población de más del 18% de personas mayores de 65 años. El envejecimiento de la población española representa la madurez demográfica con más personas de 60 y más años que modificarán los escenarios sociales, que conllevarán adaptar la sanidad, la educación y los servicios sociales a las necesidades de este segmento de población creciente.
Por otro lado, surgen los problemas de la despoblación rural y el decrecimiento vegetativo como caras de la misma moneda, que condicionará nuestro futuro si no se adoptan las políticas adecuadas para que el éxodo rural y urbano no nos empobrezca demográficamente. Es la conocida como España vacía.
Mayorescencia y huella generacional
En este contexto de demografía del envejecimiento en Europa, sería aconsejable primero reconocer el valor social de la mayorescencia, que define una nueva etapa de la vida en la que las personas mayores ya no son tan viejas como hace varias décadas. Habría que mejorar las condiciones de vida de esta cohorte de edad con ciudades más accesibles y sostenibles, sistemas productivos más adaptados al capital sénior y flexible a su jubilación, espacios colaborativos intra/intergeneracionales, recursos socio-sanitarios que fomenten la autonomía personal, etc.
Por otro lado, generar entornos favorables para la huella generacional, que pondera el impacto organizativo de los flujos de transferencia de conocimientos, habilidades y actitudes entre personas de distintas generaciones que cooperan para la consecución de fines organizacionales.
Es decir, personas de varias edades que interactúan en espacios públicos o privados significativos, que intercambian experiencias técnicas, y que además se reconocen como personas productivas, al margen de la edad biográfica. Éste es el desafío de las organizaciones sociales, educativas, sanitarias, empresariales, etc. que pretendan ser más eficaces y eficientes con menores cuantías disponibles de recursos económicos-financieros, pero que potencia la diversidad humana.
En definitiva, que la nueva vejez se viva satisfactoriamente como oportunidad de contribución al bienestar personal, familiar y general mediante la solidaridad intergeneracional. Para ello, las instituciones gubernamentales y la sociedad civil organizada deben establecer alianzas estratégicas para que la sociedad sea más inclusiva, sostenible y solidaria frente a los riesgos de la desigualdad y discriminación observados con preocupación en los últimos tiempos.
Acuerdo Europeo para la Ciudadanía Sénior
Ante los cambios demográficos indicados, deberíamos cuestionarnos si estamos preparados institucional y civilmente para afrontar este reto demográfico. El Acuerdo Europeo para la Ciudadanía Sénior abogaría por la mejora del trato integral de las personas mayores, como extensión de los Derechos Humanos en edades avanzadas, dada la demografía del envejecimiento en Europa y en países como España, que será de los más longevos.
El Acuerdo Europeo para la Ciudadanía Sénior se basaría en las siguientes 4 “e”s:
Estima, como valoración positiva de las cualidades de las personas mayores, desde el respeto y el reconocimiento social para prevenir la discriminación por edad –el edadismo, como tercera forma de discriminación social en Europa tras el racismo y el sexismo-, desde la autonomía personal y la autoestima como aprecio de uno mismo durante la vejez.
Educación, como aprendizaje a lo largo de la vida para satisfacer las necesidades de conocimientos de todos los grupos etarios. Toda persona, en cualquier etapa del ciclo vital, debe disponer de oportunidades de aprendizaje permanentes para adquirir competencias de logro de sus expectativas. Unos adultos mayores competentes y empoderados son clave para el progreso socio-comunitario.
Empleabilidad, como aptitudes y actitudes para conseguir un empleo, ampliando su significado social, más allá del sentido economicista, a lo largo del ciclo de vida en relación a los aportes de la ciudadanía sénior a la sostenibilidad de las familias y el bienestar general, no valorado en el PIB por su altruismo e invisibilidad –principalmente, mujeres cuidadoras–.
Entorno, la capacidad de adaptación para construir ciudades amigables para/con la ciudadanía sénior, eliminando las barreras arquitectónicas que limiten su capacidad funcional y de interacción con otras edades y generaciones. Las instituciones deben apoyar iniciativas que faciliten la vida independiente del adulto mayor en su entorno de arraigo.
Artículo publicado originalmente en The Conversation
Por Equipo Espacio Mutuo
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