La obesidad no es un fracaso personal: es un desafío social
La obesidad es una epidemia a nivel mundial. Por un lado, colapsa los sistemas de salud con problemas relacionados como la hipertensión, y por el otro, nos bombardean con productos chatarra. Recientemente, según consignó la reportera de salud del New York Times, Julia Belluz, en Londres se celebró un seminario con los más afamados expertos para discutir qué produce la obesidad. Lamentablemente, al final de la sesión, el biólogo John Speakman ofreció esta conclusión sobre el tema: “No hay consenso sobre cuál es la causa”.
Pero en lo que sí hubo acuerdo es en lo que la obesidad no es: un fracaso personal. “Ningún experto argumentó que los humanos, de manera colectiva, perdieron fuerza de voluntad al llegar la década de 1980, cuando las tasas de obesidad se dispararon, primero en los países de altos ingresos y luego en la mayor parte del mundo”, dice Belluz en su artículo. Ni un solo científico concluyó que en algún momento nuestros genes cambiaron. No se habló de la flojera, gula ni ocio. No se habló de culpa.
Lo anterior es lo contrario a la visión social imperante, que supone que las personas tienen pleno control sobre el tamaño de sus cuerpos y que deciden “arruinarlo” o “mejorarlo” según gusten.
En cambio, los investigadores dijeron que la obesidad era una afección crónica y compleja. Y quisieron discutir sobre por qué los humanos, en conjunto, nos hemos vuelto más anchos en los últimos 50 años. Sus teorías, aunque diversas, hicieron evidente una cosa: siempre que tratemos la obesidad como un problema de responsabilidad personal, es poco probable que disminuya.
LA SOSPECHA DE LOS ULTRAPROCESADOS
Ente muchas teorías, la que más resonó fue la sospecha generalizada frente a los alimentos ultra-procesados. En muchos lugares estos productos preparados y envasados constituyen más de la mitad de las calorías que se consumen. Al respecto, un fisiólogo compartió su ensayo en el que demostró que la gente consume más calorías y sube más de peso con dietas de alimentos ultra-procesados que con dietas de alimentos naturales con la misma composición de nutrientes.
Lo que el experto no pudo explicar fue por qué sentimos más ganas de comer estos alimentos llenos de químicos versus los orgánicos. El misterio, según una bioquímica, podría explicarse por los miles de toxinas que los alimentos ultra-procesados pueden incluir en forma de fertilizantes, insecticidas, plásticos y aditivos. Su investigación sobre las células ha demostrado que estos químicos interfieren con el metabolismo.
Si bien esto puede ser una causante, los investigadores dejaron claro que la obesidad no puede considerarse como una única afección. Existen trastornos genéticos también, aunque lo más habitual es que la obesidad surja de interacciones genético-ambientales, todavía inciertas. Los ultra-procesados son sospechosos, como también otros factores a investigar. A partir de esto, podríamos incluso hablar de obesidades.
EN BÚSQUEDA DE UNA TEORÍA UNIFICADORA
Los asistentes al seminario en Londres no lograron conseguir esa teoría unificadora que explicara el aumento mundial de la obesidad en las últimas décadas.
Y, pese a que identificaron más de mil genes y variantes que aumentan el riesgo que tiene una persona de tener obesidad, y a que descubrieron que la grasa corporal es mucho más que un depósito de almacenamiento de energía, y que no todas las personas con obesidad sufren de patologías como cáncer, diabetes tipo 2, hipertensión, infartos, apoplejía o muerte prematura, no llegaron a la teoría de la causa. Sin duda, los científicos conocen la manera en que el cerebro organiza los nutrientes y se adapta a distintas dietas y por supuesto qué hábitos son más saludables que otros. Pero no pudieron ponerse de acuerdo en qué cambió en la historia reciente para afectar estos sistemas biológicos complejos.
A FALTA DE TRUCOS Y CURAS RÁPIDAS, CÓMO ENFRENTAR LA OBESIDAD
Tras la ponencia, la reportera del New York Times advirtió que, pese a todo lo que se conversó, nadie mencionó algo sobre soluciones rápidas ni trucos de magia en esa sala de reuniones de Londres. “Ningún científico habló de ninguna de las supuestas curas de las que están repletas los libros de dietas. No hubo un diálogo serio sobre limpiezas, aplicaciones para hacer dietas ni sobre el ayuno intermitente”. Escribió en su artículo. “Nadie sugirió que los suplementos podían ayudar a la gente a bajar de peso ni que fuera necesario acelerar el metabolismo”, agregó. Hay tantas dietas milagrosas como doctores, que confunden y desinforman, cuando, en realidad, no hay resultados oficiales.
Al preguntarles cómo enfrentar la obesidad, los científicos fueron claros: implementar políticas públicas para desincentivar las dietas poco saludables es un camino que funciona. Por ejemplo, prohibir la publicidad de comida chatarra para niños o fomentar una vida más peatonal. En esa materia, Chile ha avanzado consistentemente; hace algunos años se aprobó la ley del etiquetado y la prohibición de venta y publicidad de alimentos altos en grasas, sodio y azúcares en los colegios.
En el seminario, se planteó también la necesidad de transformar el sistema alimentario como desafío social. El problema es que, tratándose de la obesidad, se sigue acusando a los gobiernos de ser “estados sobreprotectores” si es que tratan de regular.
En parte, esto se debe a que persiste la idea de que la obesidad es una elección individual. A la gente se le dice que es suficiente con que coma más verduras y haga ejercicio y la verdad es que no se trata de eso. Los gurús y las empresas dedicadas a las dietas ganan miles de millones con modas alimentarias y de acondicionamiento físico que no están probadas.
Cuando las personas no pueden controlar su peso corporal, suelen culparse a sí mismas. Y alimentar esa culpa, hacia uno o al resto, no es una buena receta: los investigadores han descubierto una y otra vez que avergonzar a alguien por su peso provoca que la gente suba más. Se cree que al menos algunas de las consecuencias negativas de la obesidad para la salud están motivadas por el estigma y la discriminación, que se traducen en una peor atención médica.
Aunque no haya habido un consenso respecto a las causas de la obesidad, los expertos fueron claros en ver esta afección como un desafío social, que, en tanto no se aborde como tal, la discriminación, las curas falsas, las estafas y las malas políticas seguirán intentado parchar un problema que es de salud pública y que, lamentablemente, va en ascenso. La obesidad, al fin y al cabo, es un desafío de todos.
Por Equipo Espacio Mutuo
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