La sabiduría es una gran virtud, pero ¿quién la tiene realmente?
Imagina que te enfrentas a una decisión que te cambiará la vida. Te han ofrecido una oportunidad laboral única en la vida: irte a vivir al extranjero, pero eso implica dejar atrás a tu pareja, que no puede mudarse. Desgarrado entre tus aspiraciones profesionales y tu compromiso con la relación, empiezas a preguntarte cuál sería la forma más sensata de tomar esa decisión. ¿Deberías abordar el dilema con la mente fría y sopesar todos los pros y los contras de forma analítica y lógica, o sería más sensato sintonizarte con tus sentimientos y tomar una decisión en línea con tu corazón? Además, ¿cuál de estas formas de afrontar el dilema percibirían tus amigos y familiares como la más sensata?
La antigua pregunta sobre qué constituye la sabiduría ha intrigado a las grandes mentes durante siglos. Desde los filósofos griegos antiguos como Aristóteles, que enfatizaba el valor del razonamiento lógico, hasta los sabios chinos como Confucio, que priorizaba el carácter moral y la armonía social, la búsqueda de la sabiduría ha sido un esfuerzo humano universal. En el complejo mundo de hoy, donde muchas personas enfrentan desafíos ambientales, económicos o sociales sin precedentes y decisiones difíciles, la búsqueda de la sabiduría sigue siendo tan relevante como siempre.
ELEGIR UN MODELO A SEGUIR
Como seres sociales, los humanos solemos recurrir a los demás en busca de orientación e inspiración. Escuchamos a los líderes que admiramos, a los mentores que nos guían y a nuestras parejas que nos apoyan. Las personas sabias sirven de contraste a las que no lo son; son aquellas a las que elegimos seguir, a las que votamos y en las que nos esforzamos por convertirnos. Cuando nos enfrentamos a un dilema difícil – similar al del escenario inicial – las personas a menudo recurriremos a los modelos a seguir que consideramos ejemplos de sabiduría. Tal vez nos preguntemos: “¿Qué haría Jesús?” o, en broma, “¿Qué diría Beyoncé?”.
Pero ¿qué constituye exactamente la sabiduría? En otras palabras, ¿qué características perciben las personas como fundamentales para un juicio sabio? ¿Varía esto en todo el mundo?
Para responder a esta pregunta, el medio digital Psyche y un gran grupo de expertos de todo el mundo realizaron un estudio en el que participaron 2.707 personas de 16 grupos culturales, incluidas poblaciones tan diversas y distantes como Marruecos y Perú, Japón y Eslovaquia, India y Canadá. Se les presentaron retratos verbales de 10 personas (entre ellas un científico, un político y un profesor) y les solicitaron que compararan estos objetivos entre sí y consigo mismos, basándose en 19 formas de abordar una situación compleja en la que no había respuestas correctas o incorrectas.
Por ejemplo, los participantes compararon a “la doctora Morgan, una científica que recopila información sobre plantas, animales y personas para comprender el mundo” con “Alexis, una maestra de escuela que enseña a niños de 12 años sobre historia y literatura”. Decidieron quién tenía más probabilidades de “pensar antes de actuar o hablar”, “pensar de manera lógica”, “considerar la perspectiva de otra persona” (y otras 16 formas de abordar situaciones complejas) al tratar de tomar una decisión difícil; luego, calificaron la sabiduría de cada uno de estos individuos y de ellos mismos.
Los organizadores del estudio analizaron todas esas comparaciones para determinar las dimensiones ocultas en las que se basaron los participantes para juzgar las acciones y los sentimientos de los 10 personajes hipotéticos; y luego calcularon el peso que dieron a estas dimensiones al inferir la sabiduría de estos personajes.
DOS TIPOS DE SABIDURÍA
Los hallazgos revelan que, cuando las personas emiten juicios sobre la sabiduría, en esencia están vinculando la sabiduría a 2 dimensiones clave, llamadas orientación reflexiva y conciencia socioemocional.
La orientación reflexiva es probablemente lo primero que viene a la mente cuando se piensa en una persona «inteligente»: implica lógica, racionalidad, control sobre las emociones y la aplicación de experiencias pasadas. Imagina a un científico brillante que pasa todo su tiempo en el laboratorio estudiando los misterios del Universo, analizando cuidadosamente los datos y sacando conclusiones basadas en la evidencia… este individuo ejemplifica el aspecto reflexivo de la sabiduría.
Por otra parte, la conciencia socioemocional implica preocuparse por los demás, escuchar activamente y tener la capacidad de desenvolverse en situaciones sociales complejas e inciertas. Imaginemos a un maestro compasivo que no solo imparte conocimientos, sino que también se toma el tiempo de comprender las necesidades y los desafíos únicos de cada estudiante, adaptándose de manera flexible a sus necesidades… Este profesor encarna la dimensión socioemocional de la sabiduría.
Ambas dimensiones están estrechamente relacionadas y las personas piensan en ambas cuando deciden si etiquetar a un personaje como sabio. Los participantes calificaron a los personajes hipotéticos como los más sabios cuando obtuvieron una puntuación alta en ambas dimensiones.
¿UNA SABIDURÍA GLOBAL?
Muchos investigadores han hecho hincapié en las diferencias entre las concepciones «orientales» y «occidentales» de la sabiduría. El supuesto colectivismo de la cultura china, por ejemplo, se atribuye a menudo a las tradiciones confuciana y taoísta, que conceden gran importancia a la conciencia social y contextual. En cambio, el individualismo de las culturas occidentales se vincula con frecuencia a un enfoque en el pensamiento analítico que proviene de los filósofos griegos y romanos antiguos, así como a los ideales intelectuales de la Ilustración.
El estudio reveló una sorprendente similitud en la forma en que las personas de todo el mundo perciben la sabiduría en sí mismas y en los demás, y ambas dimensiones clave reciben una ponderación similar en todas las culturas. Es probable que esta similitud tenga su raíz en la necesidad de progresar y la necesidad de llevarse bien, a las que algunos académicos se han referido como necesidades humanas fundamentales.
Parte del estudio también implicó pedir a los participantes que calificaran su propia sabiduría en comparación con los personajes hipotéticos. Esto reveló un sesgo interesante en la autopercepción que también estaba presente en todas las culturas: estaban dispuestos a reconocer sus imperfecciones cognitivas, pero creían que sobresalían en empatía, comunicación y conciencia del contexto social.
Este grado de coherencia intercultural sorprendió de nuevo, ya que investigaciones anteriores habían sugerido que una visión excesivamente favorable de la propia conciencia socioemocional es una característica de las culturas occidentales, pero en nuestros datos este sesgo de autopercepción estaba presente en múltiples culturas, incluidas aquellas que suelen describirse como no occidentales, como China, India, Japón y Marruecos.
SABIDURÍA, SEGÚN TÚ MISMO
Este sesgo en nuestra percepción de la sabiduría podría explicarse por las diferencias en la retroalimentación que recibimos. Es más difícil mantener una visión exagerada de nuestras capacidades reflexivas porque las notas escolares y los logros laborales nos obligan a ajustarlas. En cambio, sobreestimamos nuestra conciencia socioemocional porque hay menos indicadores objetivos que nos hagan reevaluarla. Por ejemplo, un gerente impopular puede creer que es accesible solo por tener una “política de puertas abiertas”, ignorando comentarios negativos que serían más difíciles de obviar en un contexto académico o laboral.
En medio de nuestras rutinas, vale la pena detenernos a reflexionar: ¿hemos actuado con sabiduría? ¿Cómo equilibramos la lógica con la empatía en nuestras decisiones? Aunque el camino hacia la sabiduría es personal y está influido por nuestras experiencias y referentes, al juzgar a los demás, parece que todos, sin importar nuestra cultura, compartimos una visión común.
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