¿Te has preguntado por qué hay gente que siempre se pierde?
A veces, los científicos miden la capacidad de navegación pidiéndole a alguien que apunte hacia un lugar fuera de la vista —o, lo que es más difícil, que imagine que está en otro sitio y apunte hacia un tercer lugar. Inmediatamente se hace obvio que algunas personas son mejores que otras en esa tarea.
El mundo está lleno de malos navegantes, con grandes dificultades para encontrar su camino. Así como también existe lo opuesto: personas que siempre parecen saber dónde están y cómo llegar a donde desean ir.
“Las personas nunca son completamente precisas, pero pueden ser tener una precisión de hasta unos pocos grados de diferencia, lo cual es increíblemente preciso”, dice Nora Newcombe, psicóloga cognitiva de la Universidad de Temple, Estados Unidos, que es coautora de un análisis sobre cómo se desarrolla la capacidad de navegación publicado en el Annual Review of Developmental Psychology de 2022. Pero otros, cuando se les pide que indiquen la dirección del objetivo, parecen señalar al azar. “Literalmente no tienen idea de dónde está”.
Demostrar que las personas difieren en su capacidad de navegación es fácil. Lo que a los científicos les ha resultado mucho más difícil es explicar por qué…
¿SE NACE O SE HACE?
La importancia del entorno de una persona es evidente en un reciente estudio sobre el papel de la genética en la navegación. En 2020, Margherita Malanchini, psicóloga del desarrollo de la Universidad Queen Mary de Londres, Inglaterra, y sus colegas compararon el desempeño de más de 2.600 gemelos idénticos y no idénticos mientras se movían a través de un entorno virtual para probar si la capacidad de navegación es hereditaria.
Hallaron que sí lo es… pero solo un poco. En cambio, el principal factor que afecta el desempeño de las personas fue lo que los genetistas llaman el “entorno no compartido” —es decir, las experiencias únicas que cada persona acumula a medida que vive—. Al parecer, los buenos navegantes en su mayoría se hacen, no nacen.
Un notable experimento a gran escala dirigido por Hugo Spires, neurocientífico cognitivo del University College de Londres, Inglaterra, dio a los investigadores una idea de cómo la experiencia y otros factores culturales podrían influir en las habilidades de orientación. Spires y sus colegas, en colaboración con la empresa de telecomunicaciones T-Mobile, desarrollaron un juego para teléfonos móviles y tabletas, Sea Hero Quest, en el que los jugadores navegan en barco a través de un entorno virtual para localizar una serie de puntos de control. La aplicación del juego pidió a los participantes que proporcionaran datos demográficos básicos, y casi 4 millones en todo el mundo lo hicieron.
A través de la aplicación, los científicos pudieron medir la capacidad de orientación mediante la distancia total que recorrió cada jugador para llegar a todos los puntos de control. Hallaron que varios factores culturales estaban asociados con las habilidades de orientación: los habitantes de países nórdicos tendían a ser ligeramente mejores navegantes, tal vez porque el deporte de orientación, que combina carrera a campo traviesa y mapas, es popular en esos países. En promedio, a la gente del campo le fue mejor que a la de ciudad. Y entre los habitantes de grandes urbes, aquellos de ciudades con redes de calles más caóticas, como las de las zonas más antiguas de las ciudades europeas, fueron mejores que las personas de ciudades como Chicago, donde las calles forman una cuadrícula regular, tal vez porque los residentes de estas ciudades no necesitan construir mapas mentales tan complejos.
MUJERES, EL DERECHO A EXPLORAR
Resultados como estos sugieren que, de hecho, la experiencia puede incluso ser la base de uno de los hallazgos —y clichés— más consistentes en la navegación: que los hombres tienden a desempeñarse mejor que las mujeres. Resulta que esta brecha de género es más una cuestión de cultura y experiencia que de capacidad innata.
Los países nórdicos, por ejemplo, donde la igualdad de género es mayor, casi no muestran diferencias de género en la navegación. En contraste, los hombres superan ampliamente a las mujeres en lugares donde ellas tienen restricciones culturales para explorar su entorno por sí solas, como los países de Medio Oriente.
Este aspecto cultural, y la importancia de la experiencia, también están respaldados por estudios entre los tsimanés, una comunidad indígena tradicional en la Amazonía boliviana. La antropóloga Helen Elizabeth Davis, de la Universidad Estatal de Arizona, Estados Unidos, y sus colegas colocaron rastreadores GPS en 305 adultos tsimanés para medir sus movimientos diarios durante tres días, y no encontraron diferencias en la distancia recorrida por hombres y mujeres. Ambos también eran igualmente hábiles a la hora de señalar lugares fuera de la vista, según detallaron en Topics in Cognitive Science. Incluso los niños se desempeñaron extremadamente bien en esta tarea de navegación; resultado, según cree Davis, de crecer en una cultura que anima a los niños a recorrer grandes distancias y explorar el bosque.
Pero la mayoría de las culturas no son como los tsimanés, y las mujeres y las niñas tienden a ser más cautelosas a la hora de explorar, por buenas razones de seguridad personal. No solo adquieren menos experiencia en la navegación, sino que el nerviosismo por la seguridad o por perderse también tiene un efecto directo en la navegación. “La ansiedad obstaculiza la buena navegación, por lo que, si estás preocupado por tu seguridad personal, eres un mal navegante”, dice Newcombe. La evidencia acumulada sugiere que la inclinación y la experiencia temprana empujan a algunas personas hacia actividades que implican navegación, mientras que aquellos que, por su temperamento, están menos inclinados a explorar, que tienen menos oportunidades de deambular o que tuvieron una mala experiencia inicial pueden ser menos propensos a participar en actividades que requieren exploración.
MAPAS MENTALES
Los navegantes expertos no solo son buenos recordando rutas, también saben cómo conectarlas entre sí y encontrar atajos. Pero no todas las personas tienen esa capacidad.
Al movernos por el mundo, usamos 2 habilidades clave. La primera es seguir rutas usando puntos de referencia, como «gira a la izquierda en la gasolinera, sigue derecho y luego dobla a la derecha después de la casa roja». La otra es algo más avanzado: crear un mapa mental del lugar y consultarlo para moverte entre diferentes puntos sin necesidad de seguir las rutas exactas. Esto último, llamado «conocimiento de configuraciones», es lo que permite a algunas personas navegar de forma creativa, sorteando barreras y encontrando atajos.
Un estudio clásico de hace casi 2 décadas atrás en la Universidad UC Santa Bárbara, Estados Unidos, mostró que, aunque la mayoría de las personas puede recordar una ruta después de repetirla varias veces, no todos pueden visualizar atajos o puntos de referencia que no estén a la vista. Esto se debe a que no todos desarrollan buenos mapas mentales. Y eso marca una gran diferencia: quienes los crean tienen más flexibilidad al moverse por espacios nuevos y complejos.
Pero, ¿qué pasa cuando dependemos demasiado del GPS? Un estudio de la Universidad McGill descubrió que los usuarios habituales del GPS tienen más dificultades para orientarse sin él, sugiriendo que la tecnología puede reducir nuestras habilidades de navegación. Si eres de los que se pierde fácilmente, los expertos recomiendan practicar más, prestando atención a puntos cardinales o referencias clave como montañas o el océano.
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